He vuelto a Solaris. La primera vez que leí la novela no encontré sino un libro de ciencia ficción que era “ligeramente” diferente a los demás aunque entonces no pude adivinar por qué, quizás debido a mi escasa experiencia literaria. La segunda vez encontré unas teorías probablemente atractivas por desconocidas y por un nuevo planteamiento de la ciencia ficción diferente al resto de libros del género que conocía. Hoy, años después, encuentro Solaris más actual que nunca y más integrado en el mundo que nos toca vivir.
Solaris es un planeta, un océano y un ser vivo “capaz de
modelar directamente la métrica espacio-tiempo” y de poner en práctica las
teorías de Einstein que nosotros solamente acertamos a comprender. Estamos ante
un ser exclusivo, con una duración vital que excede ciclos completos de la raza
humana, que probablemente dedique su vida a reflexiones sobre la materia
universal y con un lenguaje que nos es imposible comprender ya que él es su
único hablante.
Sin embargo, es capaz de entrar en nuestra mente durante el
sueño y crear a “los visitantes”, seres formados por un
cuerpo compuesto de nada y que se convierten en un instrumento dedicado a
examinar nuestras reacciones basándose en nuestros recuerdos e ideas
reprimidas. Su infelicidad aparecerá cuando quieren convertirse en humanos y,
al igual, que Rachel en “Sueñan los androides con ovejas eléctricas” de Philip
K Dick, intentar una vida nueva como humanos. Es de destacar el paralelismo
entre los dos protagonistas de estas obras. Tanto Kelvin en Solaris como Rick en Sueñan…. intentan humanizar a Rachel o a
Hairy para comenzar una vida nueva inventándose una forma diferente de realidad.
Ese intento de engaño es una de las principales características de los seres
humanos: ser capaces de construir una realidad que oculte nuestra
incapacidad y nuestro fracaso.
Uno de los logros de Stanislav Lem es el de construir toda
una historia de la ciencia Solarística
que se dedica durante años a estudiar el planeta y que va desde su descubrimiento,
pasando por su reconocimiento como ser vivo, a un imposible intento de comunicación
con el único ente que habita en el planeta.
La novela muestra el fracaso del ser humano al intentar comunicarse con Solaris, así como la incapacidad de dominar todos los
aspectos del universo y hacerlos comprensibles bajo nuestro único y exclusivo
punto de vista, pensando (como Dioses
omniscientes y omnipresentes) que tenemos razón en todo y que nuestros avances
no pueden ser nunca superados.
Junto con la incomunicación, Stanislav Lem también intenta replantear la
definición de ser vivo. Si algún día hay un “contacto”, ¿qué nos vamos a
encontrar? La tendencia antropomórfica del hombre tiende a presentarlo todo a
nuestra imagen y semejanza. Nos convertimos en dioses, en creadores de una
realidad a la que queremos dar nuestra forma. Eso es un engaño tan grande como
el Dios que dicen nos creó “a imagen y semejanza”. No en vano Kelvin deposita
su única esperanza en un dios que (¡por fin!), sea imperfecto, que pueda ser
omnipresente pero no omnisciente. Nunca sabremos qué nos vamos a encontrar en
el futuro, ni en el espacio exterior ni en nuestra vida diaria. La auténtica
realidad es que no estamos preparados para resolver las cuestiones que se salen
de nuestro estrecho punto de vista. Las nuevas realidades buscan nuevos dioses
y nuevas soluciones, nuevas miradas al mundo que nos rodea y nuevos espacios de
convivencia donde vivir y ser libres.
1 comentario:
Voy a leerlo.
Publicar un comentario