viernes, 17 de mayo de 2013

Antonioni / Joyce

Uno de los grandes retos de cualquier artista está en el hecho de crear un nuevo idioma que sepa expresar las inquietudes de la época que lo toca vivir. Sorprendentemente, la primera señal de que eso se puede haber alcanzado radica en obtener el rechazo de gran parte de sus contemporáneos. La segunda señal, y la confirmación, estaría en el hecho de ser aceptado y venerado en tiempos posteriores, cuando son otros los que ya están creando nuevos lenguajes para nuevos tiempos venideros. La humanidad, temerosa de cualquier cambio, tiene una gran capacidad para no identificarse con el arte contemporáneo y rechazar las novedades, buscando en lo antiguo y en lo bien conocido unas señas de identidad que ya no son las suyas.

Joyce es un personaje cuya ruptura ha sido tan grande que han tenido que pasar muchos años hasta que sus obras han sido plenamente aceptadas (aunque dudamos de que todavía lo sean), ejerciendo una influencia inconmensurable en las generaciones posteriores y colaborando a formar nuevos lenguajes no solo en la literatura sino también en otras artes.

Otro de esos casos es Antonioni, un innovador que no siempre fue comprendido por sus coetáneos; simplemente recordar las carcajadas provocadas en el Festival de Cannes en el estreno de La aventura.

Viendo alguna d sus películas no podemos dejar de pensar que Joyce ha sido una referencia básica en su proceso creativo. Soledad, incomunicación, angustia e impotencia son varias de las características de las protagonistas de La noche, El eclipse o El desierto rojo: al fin y al cabo esas son las mismas inquietudes de Leopold Bloom en Ulises. De igual forma, los protagonistas de Antonioni nunca dejan de caminar, están siempre en movimiento recorriendo Milán o Rávena al igual que Bloom lo hace por Dublín; la verdadera acción de las películas sucede en los silencios y en los monólogos interiores, en las miradas, en los sonidos de la vida, en el proceso mental que logra suspender el tiempo narrativo, es decir, algo en lo que Joyce fue precursor.

Otra similitud se encuentra en el uso que Antonioni hace de sus bandas sonoras. Sus películas se caracterizan por la poca "música" que aparece, permitiendo que los sonidos "reales" sean la perfecta banda sonora para los procesos mentales. Así pues, somos perfectamente conscientes de lo que los personajes escuchan y de la forma en que esos sonidos les afectan. Una vez más estamos ante el mismo caso que en Ulises, obra llena de sonidos "callejeros" que crean la atmósfera perfecta para hacer creíble lo narrado.

1 comentario:

Turno Sa dijo...

Ha sido un placer escuchar esos silencios.
Gracias.